Mi vida con Goebbels by Brunhilde Pomsel & Thore D. Hansen

Mi vida con Goebbels by Brunhilde Pomsel & Thore D. Hansen

autor:Brunhilde Pomsel & Thore D. Hansen [Pomsel, Brunhilde & Hansen, Thore D.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias, Biografía, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


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«YO NO TUVE LA CULPA»: CONCLUSIONES DE UNA MUJER CENTENARIA

Es como con todo. La belleza también tiene sus sombras y el horror, sus luces. Nada es blanco o es negro, sólo hay tonalidades de gris.

Nunca me he dejado llevar por las masas. Sólo en contadas ocasiones, gratas todas, me he fundido con la masa: en la práctica de la gimnasia, en mis viajes o jugando al bridge. En el fondo me gusta la soledad. Ni siquiera me he casado o he tenido hijos. No es que tenga nada en contra del matrimonio y hasta me habría gustado tener un hijo. Pero en mis tiempos era imposible tenerlos sin casarse y no quería exponerme a esa infamia.

Me gusta estar sola, siempre me ha gustado. Creo que es una preferencia que comenzó en mi infancia, cuando estaba siempre rodeada de hermanos, sin espacio alguno para mi intimidad. Habrá quien crea que soy una egoísta por preferir estar a solas o en buena compañía, pero al menos no lo he sido a costa de los demás. Y no soy tan individualista como para querer apartarme de la sociedad. Mientras pueda dedicarme a lo que me llena y me emociona sin tener la sensación de que la masa me lo impide, no me importa formar parte de la sociedad. Si no hubiera trabajado en el Ministerio de Propaganda, la historia habría seguido el mismo cauce. Mi papel no fue determinante, ni mucho menos.

Cada uno ocupa su lugar, no puede ser de otra manera. Y cada uno tiene sus influencias, se deban a la educación que recibió o al entorno en que se ha movido. Eso es difícil de saber con certeza.

Los alemanes nunca hemos sido un pueblo muy abierto y tampoco lo éramos antes de que Hitler llegara al poder. Pero la vida era completamente distinta y es normal que hoy en día a la gente le cueste entender la estrechez de miras que tuvimos antaño. Para empezar, la educación era diferente: si no obedecías te zurraban. Con amor y comprensión no llegabas a ninguna parte. Había quien se libraba de mayores problemas con un simple cachete y quien terminaba con la piel a tiras. Con suerte, te caía un bofetón y se acabó la historia. Ni siquiera les guardabas rencor.

Tampoco teníamos amigos en Estados Unidos o en otros países. Una compañera de colegio aprendió el oficio de peluquera y durante su formación tuvo la suerte de viajar en el trasatlántico Bremen. Todas nos moríamos de envidia. Nadie conocía a ningún extranjero. Radio tampoco había, por no hablar de todos los cachivaches tecnológicos de ahora. No existía nada parecido. Vivíamos incomunicados, como en una isla, y los demás países igual. Las únicas relaciones que había a escala internacional eran comerciales, y aquél era un mundo aparte. Estábamos subdesarrollados. Pero, ahora, pobre del que trate de escabullirse de la modernidad.

De la juventud actual sólo espero que reflexionen sobre lo que pasó. Nadie puede evitar que otros le influyan en mayor o menor grado, por descontado, y es normal que a cierta edad nos gane el entusiasmo.



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